“No le tengas miedo a la competencia, tenle miedo a tu incompetencia.”
Esta frase, que mi padre me compartió en una de nuestras conversaciones, resonó profundamente en mí cuando le compartí la frustración de descubrir que estaban copiando mis diseños. Desde entonces, me ha acompañado como un recordatorio constante de que la verdadera competencia no está afuera, sino dentro de uno mismo: en la búsqueda continua de la excelencia y la autenticidad.

 

Mi pasión por la creación comenzó desde niño. Dibujaba sin cesar, exploraba el diseño gráfico, ganaba premios por mis pinturas al óleo y, poco a poco, fui ampliando mis horizontes. Empecé a hacer diseño de interiores y fundé una pequeña fábrica de cerámica, solo para darme cuenta de que replicar lo mismo una y otra vez no alimentaba mi creatividad.

 

Fue entonces cuando decidí entregarme completamente al arte. Pintando cuadros al óleo, ganando concursos nacionales, el arte se convirtió en mi estilo de vida. Pero no me detuve ahí. Mi búsqueda era constante: crear más, crear mejor, y siempre estar a la vanguardia.

 

La verdadera transformación ocurrió cuando Alejandro, un querido amigo, me pidió ayuda para diseñar su casa. Fue allí donde descubrí el fascinante mundo de la arquitectura. Entendí que la arquitectura no solo se trata de construir, sino de despertar sensaciones. Cada espacio tiene el poder de emocionar y transformar la vida cotidiana. Comencé a ver la arquitectura como esculturas habitables, donde cada línea, cada volumen, cada material es una pieza de arte.